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SOBRE LAS GRANDES DESPEDIDAS

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Leía a finales de septiembre sobre el fallecimiento de Deborah Mitford, Duquesa de Devonshire, a los 94 años de edad. Después de sobrevivir a sus seis hermanos, una guerra mundial, un matrimonio de 63 años con su marido y 55 años dedicada a la preservación del patrimonio que juntos habían heredado: el Castillo de Chatsworth, dice adiós a este mundo nuestro entre mil personas que la quisieron y respetaron.

Deborah consagró su vida a devolver el esplendor y la vida de aquel lugar deshabitado que era Chatsworth desde 1939. Dice en su autobiografía, que lo hizo por amor a su título, a su marido, a los antepasados que lo ostentaron y a todos aquellos que en él trabajaron y que por él se maravillaron. En tiempo récord, se adecentaron las 175 habitaciones del castillo, se renovaron 21 cocinas y se añadieron 17 nuevos baños. 


Desde entonces, ha vivido por y para el castillo, manteniéndolo en pleno funcionamiento incluso después de la muerte de su marido. Sus más de 600 trabajadores han continuado abrillantando la plata y abriendo cada estancia, cada día para y por orden de ella. Supongo que lo hizo por tradición, por nostalgia, por sentido del deber. Ese que sienten tan fuerte en Inglaterra y que ojalá se nos pegara un poco. Por honor. A su muerte, los trabajadores de todas sus tierras en Inglaterra e Irlanda viajaron hasta Chatsworth para rendir sus últimos respetos a la mujer que les dio trabajo y que probablemente sea la última romántica. 


Leía también que desfilaron tras su féretro de mimbre y acebo cogido esa misma mañana del jardín de Chatsworth con los impolutos trajes de su profesión, con respeto y solemnidad, mientras una banda tocaba piezas de jazz. En su misa sonaron canciones de Elvis, al que adoraba y mientras era enterrada, Sinatra tomó el relevo con New York, New York. Se declaró luto en toda la región y no abrió ni un comercio en señal de respeto. 


Debo fue la pequeña de seis hermanas y una decepción para su padre, que esperaba que fuera varón; por lo que su llegada fue recibida sin demasiado entusiasmo. Y sin embargo, su marcha ha sido honrada por más que la de ninguno de sus familiares. Pero y aún más importante, por personas sobrecogidas por el respeto y la admiración. 


Su marcha extingue al último superviviente de una era. A lo largo de su vida, ella y su familia se las arreglaron para conocer por unas cosas o por otras, a la mayoría de los personajes que pueblan hoy nuestras enciclopedias del siglo XX y XXI. Entre una hermana comunista, otra hitleriana, una "lesbiana inofensiva amante de los animales" como fue calificada en su día, una escritora de gran éxito y un hermano desaparecido en la guerra; ella ha sabido sobreponerse a la corriente de su estirpe y vivir y morir a su manera y eso es lo que más me gusta de esta historia: el respeto. Su liderazgo. Sus ideales. Su compromiso con su legado. Su cercanía. Su féretro de mimbre. Sus flores recogidas aquel día. Su música. Su solemnidad. Su romanticismo.

Que se te despida con tanto cariño es la mejor de las recompensas a una vida. 

Curioso e inspirador como pocos funerales que veremos ya. Curiosa e inspiradora como pocas mujeres ya. Tomo nota. :)




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