New in the jukebox
La Navidad de diciembre es el equivalente a la semana de vacaciones en Formentera de agosto. Esas sabias treguas que nos regala el año para coger con ilusión los seis meses que nos quedan por delante hasta que lleguen los próximos y esperados días de asueto.
Ya se ha colgado la corona en la puerta, las hojas se quedan pegadas en las botas y no se puede salir sin guantes, el frío te pincha en la cara y la nariz tarda veinte minutos en calentarse cuando entras a cualquier lugar. Los más afortunados incluso la pegan al moflete de su compañero o compañera, como dos esquimales, con la excusa de que así entra en calor más rápido.
Llegan las comilonas, la temporada larga de las alcachofas y las setas, las sopas y los langostinos. Se me hace la boca agua y eso que yo no puedo tomar polvorones. Ya no nos asustan los días cortos y las noches largas, porque empleamos nuestro tiempo en actividades de interior; en cambiar el mundo bajo las mantas, ver películas atrasadas, escribir christmas a todo el mundo (porque aún queda gente como yo que los envía) y recibir los de otros nostálgicos. Las mejores historias se escriben en esta época de puertas para dentro. Los olores a leña nos encienden las mejillas y los hombres se abrazan para que los corazones se besen, como diría Ángel Petisme. Ya se ha puesto el belén y el árbol y la magia se palpa en el ambiente porque en la noche, que es nuestro nuevo aliado, guiamos nuestros pasos por cascadas de lucecitas que convierten los antros en castillos misteriosos.
Se acerca la hora de preparar la carta a los Reyes y hacer balance de cuán buena o bueno se ha sido y de si se merece uno carbón o un Mac. Igual hemos sido malos pero puede que incluso esté de moda y que ahora todo sea relativo. Puede que nos caigan regalos de todas todas. Es hora de fijar propósitos y echar la vista atrás a un año que ya nos mira de reojo, tentándonos con su etapa más dulce y final, para ver si así no le abandonamos nunca y nos quedamos viviendo en él para siempre. Debe sentirse muy solo en diciembre. Nos despedimos de él y lo dejamos atrás, sea bueno o sea malo, para lanzarnos a lo desconocido por inercia y sin resistencia, como los buenos borregos que somos. Abrazamos la llegada de un nuevo calendario, de años secretos de victorias y caídas. Los peores y los mejores nos esperan en silencio cuando nos precipitamos sobre ellos después de las campanadas; para engullirnos y escribir con nosotros el destino que hará que los recordemos o los olvidemos para siempre. Pero ya habrá tiempo de hablar de eso, porque aún nos queda mucho por disfrutar.
Nos aguardan veinticinco mil comidas, caras de sorpresa, momentos en familia, calor, frío, la mejor y la peor época del año, villancicos, luces, aglomeraciones, amigos que ves una vez al año, abrazos sinceros, reencuentros y caminos que llevan a Belén o a cualquier otra parte.
Navidad, amigos.
Navidad, llega pronto y cúrame el invierno.
p.d: mi manifiesto navideño que no voy a olvidar nunca.